No sé en qué momento me volví en un adulto, no sé si fue cuando dejé de llamar a mis padres padres “mamá” y “papá”, y pase a llamarlos “July” y “Carlos”, o si fue cuando perdí mi virginidad, o si fue cuando dejé de pedir ayuda (e incluso comversar) con mis padres cuando me enfrentaba con algún problema. Supongo que fue un proceso progresivo que se ha hecho totalmente tangible este año que acaba de pasar.
Libertades y responsabilidades
Considero que en este punto de mi vida tengo más libertad que nunca. Si bien hay algunas cosas en las que soy menos libre por motivos de tiempo o de trabajo, creo que en líneas generales es difícil argumentar que soy menos libre que antes.
Nunca antes he tenido realmente tanta variedad de opciones y caminos por delante. Por poner algunos ejemplos, en un futuro cercano podría formar una familia, irme del país, vivir en otra ciudad, iniciar un negocio, tener un trabajo estable, darme tiempo para escribir, para hacer videos, viajar por el Perú o el mundo, probar ayahuasca, dedicarme a algún deporte.
Pero por otro lado también significa asumir la reponsabilidad de los fracasos que tenga. Administrar mal mi dinero y terminar pobre, embarazar a alguien de forma indeseada, volverme adicto a alguna droga, no lograr lo que me proponga, sentirme inconforme siendo quien soy.
El culto hacia el individualismo
Ser adulto en esta sociedad es trabajar en uno mismo, superarse, cumplir objetivos, llegar “lejos”. Escuché en algún podcast que reemplazamos a la religión centrada en Dios por la religión centrada en nosotros mismos.
La verdad crecer es darte cuenta de que existe cierto vacío en el mundo. He pasado estos últimos años intentando buscar alguna solución a este problema. Varios filósofos han pensado al respecto y gracias a ellos he encontrado información que, si bien no contesta la pregunta, me dan ciertas herramientas para no caer en apatía o sentimientos nihilistas que me paralicen.
Puede que no me sienta como el niño de Nietzche o el aventurero de Simeone de Bouvouir, tampoco soy el asceta que proponía Schoppenhauer. No soy obediente, silencioso y feliz como la flor y el ave de Kierkegaard o la forma de pensar de Heidegger. Dudo poder seguir mis convicciones con mis acciones como lo hacía Simeone Veil. Sinceramente me siento en un limbo de incertidumbres y sin saber en qué creer. Pero quizá está bien que sea así, justamente en esta lucha continua es que realmente me aproximo a alguna verdad, quizá a partir de estas ideas que continuamente se entremezclan en mi cabeza es que encuentre cierta salvación a la adoctrinación a la que uno puede caer tan fácilmente.
No pretendo ser alguien capaz de llegar a una respuesta, probablemente ni pueda aproximarme a la más mínima verdad, pero en el día a día no me resulta tan importante. El pragmatismo de … es aquello que me ayuda a decidir en qué es lo que vale para mí y es suficiente para seguir adelante. Intento ser bueno, pero tal vez no sea eso lo único importante. Pienso en cómo ayudar a los demás y cómo ser utilitarista en esos aspectos, pero es difícil tomar como brújula moral algo que es probabílistico en lo más profundo.
Transformar el potencial en acción
Soy más que el trabajo
No me gusta que me digan “doctor”. Prefiero que me llamen por mi nombre, no me gusta definirme por el empleo o título que tengo, soy más que eso.
Ningún significado
Lo que somos en realidad no tiene ningún significado, no hay nunca motivo alguno para sentirnos importantes o especiales. Si nos ponemos a pensar, el trabajo, nuestra “función” es aquello que nos define. Cuando alguien me describe usualmente menciona que soy un doctor o menciona la profesión que tengo o el cargo que ocupo. En el ambiente laboral tiene sentido porque tiene una utilidad práctica, pero fuera de él creo que no, aún así es lo que nos define.
La verdad a nadie le importa lo que somos, los rangos que tenemos, los roles imaginarios que creamos y las jerarquías que tenemos en nuestra cabeza. En medicina pasa mucho, ser interno, ser residente, ser asistente. Ocupar cualquier “rango” es algo que te define y algo a lo que le damos importancia. Pero fuera del hospital a nadie le importa. Recuerdo que en mi año del internado, cuando cumplí 23 años invité a mi cumpleaños a varios compañeros residentes, internos y también a algunos amigos del colegio que estaban en Lima. En la mesa había un residente de tercer año de cirugía, un R3, y habían algunos R1, internos y mis compañeros del colegio.
Conversamos un poco y mis compañeros del colegio no comprendían del todo lo que significaba ser R1 o interno o R3, en realidad para ellos eran todos iguales o al menos muy similares. Intenté explicarles un poco, pero no entendieron del todo y la verdad tampoco les importaba. Al final para ellos todos éramos médicos chambeando en el mismo hospital. La verdad me sentí un poco incómodo y percibí que también algunos se sintieron un poco incómodos por algunas cosas que mencionaban, en el fondo sentía incomodidad porque podía notar que no comprendían lo difícil que era ser residente en el hospital, lo largo que es el camino y el sacrificio que conlleva. Pero sentirme así también hizo que me diera cuenta que en realidad no habría motivo por lo que importe. Al fin y al cabo, qué más da si eres estudiante de medicina, interno, residente, asistente. Por qué tener una categoría o rol tendría que significar que las personas te traten diferente o por qué tendría que hacerte sentir más especial. Simplemente es un rol que se te da en el trabajo por un fin práctico, ¿acaso habría algún motivo por lo que significara más que eso?
A veces tiendo a idolatrar o idealizar a las personas que han conseguido cosas que yo no, personas que han logrado hacer cosas que aspiro en el futuro. Sin embargo, no hay motivo por el cual deba tratarlos diferente. Cuando comienzo a sentirme especial por algún motivo intento pensar en mis amigos, en personas que no están en la carrera, siento que todo deja de ser tan relevante desde los ojos de alguien que “no comprende”.
Es una sensación incómoda, incluso alguno podría sentirse menospreciado o que les faltan el respeto simplemente porque personas externas no entienden. Pero por qué deberían de entender. Algunos se ofenden porque les dicen “joven” y no “doctor”, o porque a un “residente” lo confunden con un “interno”, o porque a un “asistente” lo confunden con un “residente”. ¿Acaso no es confuso ese sistema de jerarquía? Y por qué debería importar. Al final, hagamos mea culpa, nuestra solución es simplemente sentirnos ofendidos, tacharlos de irrespetuosos e ignorantes, dejar de hablar con ellos y nos rodeamos de gente del área médica que es capaz de ver esta ficticia jerarquía en la que nos ubicamos en un lugar conveniente, una estructura de clases en las que el ascenso social es más conveniente. Al final terminamos sesgados, sintiéndonos importantes en nuestra burbuja, cuando al resto del mundo no le importa nuestra jerarquía imaginaria.
Y si bien quizá esté siendo muy duro con mi crítica a las jerarquías y roles con relevancia inventada de la medicina, es en realidad lo que ocurre en todo lugar. Profesionales que se sienten mejores que los demás por tener un título, políticos que se sienten importantes por tener un cargo. Lo vemos todo el tiempo, pero es normal dar valor y darnos a nosotros el valor de acuerdo a nuestra labor descartando lo demás.
¿A dónde quiero llegar con esto? Simplemente creo que sería mejor tratarnos de forma más horizontal, ser más conscientes de que tener un título, un cargo, un trabajo no nos hace especiales, importantes o relevantes. No digo que todos seamos igual de útiles en roles determinados, lógicamente tener estudios, preparación o alguna cualidad que nos haya puesto en algún lugar tiene una utilidad práctica que es importante, pero es simplemente eso, una utilidad práctica. Más allá de eso, creernos superiores por cumplir una función determinada de una forma determinada puede
Sujeto y objeto
Estamos limitados por nuestra propia mortalidad. Nuestro miedo a la muerte y deseo a ser inmortales nos impulsa a trascender, pero entregarnos a nuestra subjetividad hace que perdamos el rumbo y no nos demos cuenta que somos objetos también.