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Buscando rumbo
Se va terminando el SERUMS y el panorama de mi vida futura es más incierto que nunca. Escuché que es común que las personas tengan esos pensamientos cuando llegan a un punto en su vida parecido al mío, encontrándose en la transición de pasar de ser estudiantes a trabajadores, de pasar de ser jóvenes con potencial a sentir que ya es momento de ser adultos capaces de dar resultados.
Antes de pensar
La verdad siento que he llegado hasta este punto casi por inercia. No recuerdo haber tenido que tomar realmente una decisión que haya sido inesperada o que haya marcado radicalmente el rumbo de mi vida. Si bien he podido tomar algunas decisiones importantes en el camino, diría que cada paso que he dado ha sido el más esperado dadas las circunstancias y las opciones presentadas.
Supongo que, cuando eres niño, es algo normal. Me imagino que todos hemos sentido algo parecido, vivir sin tener que preocuparte por decidir, sino solamente por hacer lo que te corresponde. Cuando era niño vivía así, iba al colegio, asistía a academias de artes o idiomas, entrenaba algunos deportes sin pensar en el motivo ni la dirección. En el fondo consideraba como correcto y absoluto todo lo que me decían mis padres, no había margen para la duda. Es más, ni lo pensaba. La obediencia era mi verdad y mi felicidad.
Sin embargo, vas creciendo y llega un punto en el que comienzas a cuestionarte las cosas que haces, comienzas a reflexionar en los motivos y la dirección a la que quieres apuntar. Es un proceso lento, pero pude ir construyendo poco a poco algún sistema de valores que me ayude a definir lo bueno y lo malo, y hacia dónde quería dirigirme. Fue así que comencé a tener ciertas convicciones y pensé en que debía actuar en base a ellas.
Mi forma de pensar
Es difícil saber cuál es la forma de pensar definitiva, saber cómo debe comportarse una persona mientras está en este mundo. Existen tantas maneras de pensar, tantas maneras de vivir, y probablemente todas incorrectas.
Entonces, considerando que es probable que la vida no tenga ningún propósito más allá del que ocasionalmente le demos (parafraseando a Marco Aurelio Denegri), decidí tener para mí algunos preceptos con el fin práctico de guiarme en este mundo, de forma probablemente imperfecta pero útil. Y fue así que llegué a lo siguiente:
- Durante mi paso por este mundo quiero reducir mi sufrimiento y maximizar mi felicidad.
- Mis maneras principales de conseguir esto son las siguientes:
- Apreciar las cosas bellas del día a día.
- Tener un mayor impacto social para reducir el sufrimiento de los demás, ya que esta es una de las mejores (si no la mejor) formas de reducir mi sufrimiento y maximizar mi felicidad (“altruismo egoísta”).
Estas son consignas simples que me permitieron, hasta cierto punto, encontrar cierta calma conmigo mismo, sabiendo que al menos tengo algo en lo que creer, algo en base a lo cual actuar. Quizá, sin saberlo, dividí de alguna manera mi estrategia para cumplir mi objetivo en algo parecido a ética (tener un impacto social positivo) y estética (apreciar las cosas bellas).
La verdad ya voy varios años con esas ideas en mi cabeza, nunca las he compartido porque las he considerado muy simples y con muchos “agujeros”. Y sí fue así, si bien en un inicio me daban tranquilidad, poco a poco se han ido erosionando con el flujo de nuevas ideas, nuevos aprendizajes, nuevas experiencias. Ahora incluso cuestiono si realmente reducir mi sufrimiento y maximizar mi felicidad es una prioridad. Pero, principalmente se han ido erosionando por mi forma de actuar (o de no actuar). En lugar de decidir creer y tener fe en mis convicciones, decidí dudar y no actuar como corresponde. Tal vez pasé tiempo pensando en cómo debería vivir y ser un buen hombre, pero no convirtiéndome en uno (parafraseando a Marco Aurelio).
La diferencia de pensar y actuar
Si bien fue un primer paso desde mi niñez, tener algo en qué creer no se reflejó realmente en mi forma de actuar.
A pesar de tener alguna base de pensamiento que me podría motivar a la acción, en realidad mi vida continuó sin ningún cambio, aplazando cada mes y cada año las cosas que debería realizar de acuerdo a mi forma de entender mi vida. Por un lado, no he vivido cultivando mi apreciación artística, llegando incluso a colocar al arte como algo de menor importancia en mi vida. Por otro lado, no he considerado mi impacto social detenidamente cuando he tomado decisiones importantes en mi vida. Simplemente he seguido el camino “natural” sin cuestionamientos: terminar la universidad, escoger un plaza del internado en el hospital de mayor complejidad posible, escoger una plaza SERUMS con el mayor puntaje posible. Lo que en teoría es uno de los motivos de mi forma de vivir no ha sido ni considerado en cada paso que he dado.
“No seas demasiado moral. Puedes engañarte a ti mismo de tanta vida así. Apunta por encima de la moralidad. No seas simplemente bueno, sé bueno para algo.”
— Henry David
Validación externa
Me pregunto por qué no le he dado más importancia a las cosas que (en teoría) valoro. Una posibilidad es que sea por debilidad y por miedo. Simplemente no he hecho nada fuera de lo normal y eso me coloca hombro a hombro con la mayoría, en un lugar donde me siento acompañado, seguro, resguardado. Tengo amigos que apuntan a un camino similar, familiares y personas mayores que me animan a seguir su mismo camino. Cómo no sentirme tranquilo en escoger las decisiones más previsibles.
Por supuesto que tengo miedo de hacer algo diferente, de terminar en algún lugar que no me resulte conveniente. Es lógico que, habiendo vivido siempre con los demás, haya adquirido la misma manera de ver el mundo. Entonces, claro que me importa cómo me ven los demás, claro que me resulta incómodo pensar en decepcionar a la gente que me estima y a la que admiro, claro que también se me ha incorporado este pensamiento moderno de pensar en el éxito desde la perspectiva del individualismo, claro que también siento que ser bueno y hacer las cosas bien son lo mismo.
Comparaciones y expectativas
Me comparo mucho todo el tiempo. En teoría no tendría por qué compararme, pero lo hago. Aún no estoy seguro si es algo natural o si lo he aprendido.
Quizá me compare simplemente para saber quién soy. Nuestras identidades son definidas enteramente por nuestras diferencias. Me imagino que si fuera el único ser en el mundo no sería ni alto ni bajo, ni flaco ni gordo, ni bueno ni malo, solo sería. Todo lo que me hace ser yo es lo que no eres tú.
Puede que eso me impulse a ser diferente, pues si dejo de serlo, simplemente dejo de ser. Puede que haya un poco de instinto de supervivencia en querer distinguirme, el cual se convierte en una carrera por querer ser mejor, el mejor si es posible. Es lógico que si uno quiere distinguirse, es en las cosas “buenas”.
Tal vez eso también sea otro factor que me paraliza, que impida que realice las cosas que en el fondo pienso o siento que son más importantes. Desde que tengo memoria mi vida ha sido una competencia, intentar ser el mejor hijo, ser el mejor alumno, ser el mejor nadador. Cuando dejé de nadar pensé que se acabó el problema, pero no fue así del todo. Sinceramente aún sigue dentro de mí esa perspectiva de que el mundo es una carrera. Me cuesta pensar en la posibilidad de salirme del carril, de la pista atlética, de no perder algún año ingresando a alguna especialidad médica, siento que va en contra de mi naturaleza. Sin duda me da temor no llegar a la meta, pero me da mucho más miedo pensar en que puede que no haya una meta.
Teniendo estas sensaciones negativas es cuando me doy cuenta de lo superficial que soy, de lo mucho que me importa la validación externa.
Validación interna
No debería importarme. Si tuviera la certeza de tener un valor intrínseco o, en cambio, si el valor que me asigno no se fundara en el individualismo, tal vez no necesitaría de comparaciones o de sentirme admirado para estar conforme conmigo mismo.
Realmente no podría decir con seguridad que sea algo que se pueda cambiar, pero mi vida es una, así que supongo que, si lo considero apropiado, vale la pena intentar. La aceptación es el primer paso del cambio y me corresponde enfrentarme a la realidad tal y como es, aunque me desagrade.
Y la realidad es que no sé si logre cambiar, o actuar de acuerdo a mis ideales, o tampoco sé si actuando de acuerdo a ellos lograré el objetivo propuesto. Incluso tampoco tengo la certeza de que mis ideales son los correctos o que tenga sentido tenerlos. Pero puede que sea mejor así.
“El hecho de que la vida no tenga ningún sentido es una razón para vivir, la única en realidad.”
— Emil Cioran
Hacia dónde ir
Mencioné anteriormente que la debilidad y el miedo son una posibilidad de por qué no le doy importancia a las cosas que valoro. Sin embargo, otra posibilidad es que simplemente esas no son cosas que en el fondo valoro.
Es posible que no tenga nunca una fórmula o brújula que me indique la dirección correcta. En este momento creo que no se puede llegar a resolver todo con pensamientos abstractos y racionales. Tal vez parte de la experiencia es estar en conflicto constante con mis propios ideales. Como dije casi al principio, es muy probable que la vida no tenga ningún propósito más allá del que ocasionalmente le dé, así como yo no soy nada más que aquello que hago de mí mismo.
Estoy “condenado a ser libre” (Sartre, 1957), por lo que me corresponde tener el coraje de enfrentarme a mi propia libertad y cargar con el peso de las acciones que tome.
Rumbo a Icaria
Se me viene a la mente el mito de Ícaro y Dédalo.
Me gustaría ser como Dédalo,
construyendo mi libertad con mi mente y con mis manos.
Aunque sé muy bien que perfectamente puedo terminar como Ícaro,
también valiente y guiado por la esperanza,
pero no llegando a su destino por error y debilidad humana.
Sin embargo,
prefiero ser Ícaro y morir libre
antes que nunca haber partido
de la isla del rey Minos.
Quiero ser
libre de ser.
“To will oneself moral and to will oneself free are one and the same decision.”
— Simone de Beauvoir