Ya llegó el atardecer y se observa como el sol tiñe el cielo de un rojo similar a la arena del desierto. Si se observa al horizonte pareciera como si el cielo y la tierra se fundieran y el desierto inmenso se extendiera hacia el firmamento. Solo se ve desierto.
—Daniel, necesitamos parar —dijo uno de los caminantes, pero no obtuvo respuesta.
Lo único que impedía que el silencio sea completo eran el viento y las pisadas en la arena de los tres. Entonces, se escuchó la voz de un pequeño niño.
—No paremos Daniel, sigamos, para llegar más rápido. Estoy un poco cansado, pero aún puedo continuar.
El niño era pequeño, tenía la cara pálida y estaba visiblemente agitado. Se podía notar claramente que había sudado mucho por la arena que tenía pegada en el rostro. Aunque también se notaba determinación en su mirada, había cierta contradicción. En su mirada se observaba su profundo deseo de continuar, mas su cuerpo no podía ocultar que apenas ponía mantenerse en pie.
Daniel iba, como siempre, adelante dirigiendo el paso, caminando sin detenerse, sin contestar, sin voltear. Los otros dos lo seguían, pero después de de dar unos pasos más, el sonido de un golpe en la arena lo obligó a detenerse. Al voltear, Daniel encontró al niño tirado en el suelo, se había desplomado.
—Eres un imbécil, Daniel —gritó el otro caminante —Mira lo que has hecho. Ahora, por querer llegar más rápido llegaremos más lento —mientras se agachaba para atender al niño.
—Alejandro, se veía venir, nuestro viaje no es una cosa de niños —dijo Daniel de forma inexpresiva —Ahora que continuemos sin él podremos acelerar el paso.
La voz de Daniel contenía una extraña tranquilidad y convicción que hizo que hizo que el ambiente entre los dos se ponga tenso súbitamente.
—¿Lo dices en serio? Acaso has perdido la cabeza, ¿cómo vamos a dejarlo aquí? Debemos tratarlo, hacer algo —dijo Alejandro incrédulo por lo que escuchaba, jamás había escuchado a Daniel de aquella forma, tan insensiblemente —Se supone que los médicos buscan hacer lo correcto —gritó finalmente.
—Yo busco hacer lo correcto, por eso me apuro —dijo Daniel un tanto incómodo —Niños como él mueren todos los días en el lugar al que vamos, con el tiempo que tardemos en salvarlo a él podríamos salvar a más de un par allá. Además, la verdad es que sin él podremos llegar más rápido y salvar a más personas. Yo quiero salvarlo también, no me malentiendas, pero pienso que hacerlo es incorrecto.
Alejandro se estremeció al escuchar eso, ni se preocupó por entender completamente lo que decía, simplemente sentía que Daniel estaba equivocado. Así que respondió de forma violenta.
—¿Te estás escuchando, tarado? No tiene sentido. Hacer el bien es ayudar a los demás, es realizar buenas acciones, ¿te parece que abandonar a un niño es una buena acción?
Daniel, por otro lado, respondió de forma calmada.
—Hacer el bien no se trata de intenciones, se trata de resultados, de las consecuencias. Hacer lo correcto es generar el mayor beneficio para la mayor cantidad de personas. Se trata de tener capacidad, de tomar decisiones difíciles, de hacer sacrificios.
Alejandro no quería continuar escuchándolo, cómo podrían hacer algo así. Cómo podrían dejar a un niño ahí, a alguien con quien habían compartido un largo viaje. En el fondo entendía su punto, pero cómo podía sentir empatía por aquellos que no conocía. Además, ¿no había cierta incertidumbre? ¿Acaso estaban absolutamente seguros de lograrlo? ¿Acaso no existía alguna duda en realmente poder salvar a más personas? Pero Daniel continuó hablando.
—¿Acaso no te parece incorrecto ayudar solamente a aquellos que conocemos? ¿Quiénes somos nosotros para decidir quién merece salvarse? ¿Quiénes somos para decidir cuál vida vale más?
Pero mientras hablaba, se podía notar que Daniel iba perdiendo la calma, poco a poco se ponía cada vez más crítico, más ofensivo, más acusador. Por su lado, Alejandro poco a poco se iba incomodando más y su incomodidad fue dando lugar al enojo. Ambos se miraban con cierta superioridad moral, ambos sentían que estaban luchando por lo que era correcto.
De pronto, Daniel se dio la vuelta sin decir nada y comenzó a alejarse caminando, solo, dejando a Alejandro con el niño. Entonces, Alejandro no pudo contener la ira e impotencia que sentía en aquel momento y gritó con toda la fuerza que tenía.
—Eres un maldito insensible, te has convertido en un monstruo de mierda. Te miro y no te reconozco, ya no eres el de antes. En ti solo veo a un fracasado que ha perdido el camino, alguien que ha sacrificado su felicidad por un ideal sin sentido alguno.
Daniel se detuvo al escuchar eso y permaneció parado. Alejandro solo veía su espalda y no podía ver su rostro. No sabía qué iba a pasar a continuación y Daniel tampoco lo sabía. ¿Acaso no se estaría contradiciendo si le respondía? ¿Qué validez tendría su argumento entonces? Si no perdió tiempo para salvar un niño, ¿acaso tendría sentido que parara para discutir con alguien que, para él, estaba claramente equivocado?
El sonido del viento agregaba cierto suspenso a la tensa situación y el frío que anunciaba la próxima llegada de la noche aumentaba la inquietud que se sentía. Ambos tenían miedo, de sí mismos y del uno del otro.
Dicen que no es buena idea decir cosas estando enojado, dicen también que aquel que inicia una discusión no es el que realiza la primera ofensa, sino quien responde. Ambos ignoraron estos consejos. Entonces, Daniel se dio la vuelta y se pudo apreciar en su rostro que estaba muy furioso. Entonces procedió a responder violentamente mientras se acercaba a Alejandro.
—¿Crees que he sacrificado mi felicidad? ¿Crees que lo que hago carece de sentido? Todo lo que hago lo hago por nosotros, es para ser felices. Tu falta de capacidad de ver más allá de lo inmediato me enferma. Tu vida consiste en felicidades vacías y superficiales. No eres capaz de ver la felicidad verdadera, vives persiguiendo lo que quieres ahora sin detenerte a pensar nunca en qué es lo que quieres más. ¿Tú crees que lo hago todo esto solamente por los niños? ¡Lo hago por nosotros! Hacer el bien a los demás brinda significado, brinda felicidad profunda a uno mismo, es un altruismo egoísta. Y no lo digo solo yo, lo dicen tantas personas, incluso las religiones.
—¿Sabes qué, Daniel? Suenas igual al niño que nos acompaña. Los únicos del grupo interesados en llegar. Sí, te pareces en todo sentido ahora que lo pienso, si hasta tienen el mismo nombre. Ambos buscan los mismos ideales, ¿acaso no ves que lo que quieres realmente es reemplazar tu incapacidad para encontrar algún sentido a la vida brindándote un objetivo lejano? Yo sé que en el fondo no lo haces por los niños, no eres tan bueno, simplemente buscas algo difícil, buscas un reto. ¿Por qué no eres honesto contigo mismo? En realidad lo haces para distraerte de aquello que realmente te perturba, que tu existencia insignificante no tiene ningún sentido ni motivo. Eres miope, incapaz de ver las cosas con perspectiva, te preocupas tanto por ir de prisa que ya ni miras al frente, miras al suelo. ¿No ves que estamos en un desierto? ¿No te das cuenta de que vales tanto como un grano de arena más?
Pero mientras hablaba, Alejandro se lastimaba también a sí mismo. Quería dejar de hablar, pero el orgullo y la inercia de una discusión impulsada por el enojo hacían que siguiera. Y continuó, a pesar de que tenía un nudo doloroso en la garganta, a pesar de que se daba cuenta del daño que estaba causando al ver que en la mirada de Daniel aparecían temor y sufrimiento.
—No vas a lograrlo, Daniel, y cuando eso pase me darás la razón y te arrepentirás de haber seguido tu camino carente de significado. Ya puedo visualizar el día de tu muerte y te veo solo, arrepentido y profundamente vacío.
Terminó de hablar y no hubo respuesta, solo silencio. Parecía que hasta el viento se detuvo, en suspenso y atento a lo que pasaría.
Y en el más absoluto silencio se alcanzó a escuchar el sonido de una pesada lágrima cayendo en la arena.
Daniel se veía devastado, derrotado, y realmente lo estaba. Le habían recordado las inseguridades que voluntariamente había decidido suprimir: “¿Y si estoy equivocado?”, “¿Y si no soy capaz de hacer lo correcto?”, “¿Fue primero mi motivo o mi objetivo?”. Había avanzado mucho, ya no había vuelta atrás. En el fondo sabe que no tiene las cosas tan claras, en el fondo no está seguro de que puede lograrlo.
Alejandro, por su parte, está igual de triste. Lastimó a la persona más cercana que tenía al propósito y, además, mientras hablaba, se iba dando cuenta de que su forma de vivir tenía incluso menos sentido, no tenía ni a dónde ir, y su forma de pensar estaba llena de contradicciones.
El sol se ocultaba y dejaba el ambiente frío y la arena cálida. Por su parte, el desierto estaba tan indiferente como siempre. El viento corría veloz y se llevó consigo las palabras de Daniel y Alejandro, quienes permanecieron mirándose sin saber qué hacer y con una tristeza inmensa.
Alejandro, al no encontrar palabras y sin ideas de cómo solucionar las cosas, se acerco lentamente a Daniel y le dio un abrazo.
—Yo también quiero ser feliz y no puedo serlo sin ti —le dijo mientras lo abrazaba y sentía como su hombro se llenaba de lágrimas —Perdón por lo que dije, simplemente no quiero perderlos.
Fundidos en un abrazo ambos se sentían aliviados de aún tenerse el uno al otro. Daniel, recuperando las palabras, habló.
—Te confieso que soy feliz, aunque me veas apurado —respondió con el hombro empapado de lágrimas también —Simplemente, me gustaría hacer lo correcto.
Alejandro no pudo contener la risa y Daniel lo siguió. Ambos se reían nerviosamente con lágrimas en los ojos, como cuando los niños se ríen después de haber llorado.
—¿Hacer lo correcto? —dijo Alejandro —Quizá no seamos lo suficientemente inteligentes para hacer lo correcto, pero piensa en una cosa. Mira al niño que está junto a nosotros a quien hemos ignorado durante nuestra discusión —ambos ser rieron avergonzados —Tú lo eres todo para él, gracias a ti es feliz. Daniel, no puedes ayudar a nadie si no lo ayudas primero. Sé que te duele escucharlo, pero debo decírtelo nuevamente: quizá no lo logremos. Pero piensa, si no lo logramos, haber ayudado a un niño es mejor que no haber ayudado a ninguno, ¿no crees?
Y así, Daniel, Daniel y Alejandro pasaron la noche soñando ante el calor de una fogata.
Este cuento refleja algunos pensamiento de mí, Daniel Alejandro. En este otro post abordo algunos de estos temas, especialmente la parte de tener un impacto, con menos literatura u.u
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