En este post quiero contar una historia bastante personal y que, durante la mayor parte de mi vida, es algo que prefería ocultar o simplemente no mencionar.
Un niño pequeño
Siempre he sido un niño pequeño, vaya a donde vaya era usualmente el más chiquito. El más pequeño en el colegio, en el fútbol, en el Taekwondo, en la natación. Y habitualmente no era por un margen estrecho, era considerablemente más pequeño.
¿Cómo me sentía?
La verdad, cuando era muy pequeño (en edad) no me daba cuenta, aunque mirando atrás sé que tuvo alguna importancia en algunos eventos que sucedieron posteriormente. No lo recuerdo del todo, pero sé que en el colegio me pegaban cuando estaba en inicial. Mi mamá me contó alguna vez que ella vio un episodio de ese tipo y le dolió bastante, incluso fue ese el motivo por el cual mis padres me inscribieron en Taekwondo, el objetivo era que aprendiera a contraatacar (spoiler: no funcionó).
Mi padre siempre me decía que debía defenderme, que debía responder de la misma forma que me trataban. Supongo que le frustraba no poder hacer mucho al respecto, pero era difícil para mí defenderme de forma física, incluso mi hermano menor me lastimaba a veces y yo no respondía de la misma forma. Recuerdo que a veces recibía charlas de ambos de mis padres diciéndome que si mi hermano me pegaba debía pegarle también. Nunca lo hice.
Lo que no se puede cambiar
Pero cuando fui creciendo, sí comencé a darme cuenta de que era mucho más pequeño que los demás y eso me comenzó a frustrar. Las cosas se hicieron más marcadas cuando mis compañeros llegaban a la pubertad y tenían sus estirones. Yo esperaba que llegara el mío (quizá aún siga esperando el mío), pero no llegaba.
Y la estatura es algo que se valora mucho en la pubertad, recuerdo que los más altos se medían en el recreo para ver quién era más alto, las chicas solían hablar de eso también, de lo atractivos que son los chicos altos.
A mí me daba cólera, no el hecho de ser pequeño en sí, sino el hecho de no poder hacer nada al respecto.
La autosuperación era parte de mi forma de pensar. Cuando me iba mal en el colegio, estudiaba más y me iba mejor; cuando no sabía algo, leía al respecto y lo aprendía; cuando sentía que algo no me salí bien, lo practicaba y me salía mejor. Y cuando las cosas salen bien producto de tu esfuerzo es algo de lo que puedes sentirte orgulloso. En ese entonces, el tema de la estatura era algo que me fastidiaba particularmente. Realmente no podía hacer nada al respecto y veía como otras personas se llenaban de orgullo por tener una gran estatura cuando sabía que no era precisamente producto de su esfuerzo y sacrificio.
Sí, lo confieso, estaba resentido.
Una mancha en el lienzo
Pero ser y sentirme pequeño iba más allá de eso, llegó a tener un efecto en otras áreas de mi vida. Lo que sucedió es que por ese tiempo tenía una mentalidad muy perfeccionista, quería que todo me saliera bien, que las cosas me salieran de la forma más perfecta posible (más que ahora). Entonces, ser pequeño significaba para mí algo que nunca iba a ser capaz de superar, un impedimento definitivo para alcanzar la perfección, un argumento absoluto que hacía que tan solo aspirar a ser perfecto carezca de sentido.
Era una desmotivación permanente, por decirlo de forma breve.
Mi baja estatura fue quizá el inicio de varios conflictos que tuve conmigo mismo relacionados a la autopercepción de mi belleza y de actitudes de resignación respecto a ello que continuaron durante gran parte de mi vida. Qué importa si estoy peinado o no o si tengo los dientes chuecos o no, si las personas se van a fijar más en mi pequeño tamaño. Mi forma de pensar respecto a eso evolucionó mucho a lo largo del tiempo (tal vez pueda ser un tema de otro escrito).
Problema endocrino
Entonces, mi pubertad esperada no llegaba y las diferencias entre mi talla y la de los demás era cada vez mayor. Mis padres se preocupaban cada vez más por eso y me contagiaban su preocupación también. Y yo, por mi parte, en verdad tenía ganas también de ser más alto, un poquito más normal, recibí algunos insultos alguna vez por ser pequeño.
Y cuando el insulto es sobre algo que causa inseguridad hasta a tus padres, normal que a un niño le cause inseguridad también.
Fue así que terminé yendo a una pediatra especialista en endocrinología. Me realizaron varios análisis y finalmente me hicieron el diagnóstico de deficiencia de hormona del crecimiento.
Diagnóstico y tratamiento
Tener un diagnóstico fue algo que me alegro inicialmente. Me alivió un poco, al fin y al cabo el problema no era yo, era culpa de una enfermedad que tenía. Además, había tratamiento, quizá por fin llegó el momento en el que podía hacer algo al respecto.
Así fue que, luego de que mis padres tomaran algunas decisiones, inicié con mi tratamiento de hormona del crecimiento. Aprendí a colocarme las inyecciones y ya me encargué de hacerlo por mí mismo todos los días. Dolía a veces, pero consideraba que valía la pena.
¿Qué mérito tiene?
Inicié el tratamiento por primera vez cuando tenía 11 años aproximadamente. En ese tiempo ya practicaba varios deportes, pero sentía más inclinación hacia la natación. Por esas fechas ya era bastante destacado en algunos deportes en el ámbito regional, pero la natación me gustaba más y a partir de esa edad ya se convirtió en mi deporte principal.
Me fue bastante bien ese año y al año siguiente (2012), pude conseguir cosas importantes para mí en el deporte. Las cosas pintaban bien, pero también comenzó a surgir la idea en mí de que estaba haciendo trampa. Resulta que la hormona de crecimiento está entre las sustancias consideradas como dopaje deportivo y eso me generaba cierta inseguridad.
¿Era lo que había logrado producto de entrenar más de dos veces al día, de sacrificar mi desempeño escolar, mi vida social? ¿O simplemente era por el uso de una sustancia prohibida en competencias deportivas oficiales?
Una parte de mí me decía que no había problema, al fin y al cabo tenía un diagnóstico médico y estaba recibiendo el tratamiento adecuado. Antes estaba en desventaja y ahora no. Sin embargo, otra parte de mí me decía que había logrado las cosas sin merecerlo realmente, que no hubiera llegado tan lejos por mí mismo.
Dejando el tratamiento
Esas ideas de sentir que no merecía aquello que había conseguido se reforzaron luego de que, por problemas consiguiendo el tratamiento, dejara de recibir la hormona del crecimiento. Realmente las cosas me comenzaron a salir mal, empeoré mis tiempos, mi desempeño bajó, ya no era el mismo de antes. La confianza que tenía en mí bajo incluso más. Realmente la pasé muy mal.
Estaba muy frustrado conmigo mismo, sentía que todo lo que había conseguido hasta la fecha no valía nada. Quise botar las medallas que había ganado y que nadie mencionara los logros que alguna vez tuve. Cada competencia reafirmaba los pensamientos que tenía hasta el punto en el que sentía vergüenza de mí mismo.
¿Por qué no te retiraste?
Todo iba mal, ya no disfrutaba entrenar ni competir. ¿Por qué seguía haciéndolo entonces? Fue principalmente por tres motivos:
Primero, para mí nadar se había convertido en aquello que me identificaba, sentía que era todo lo que era yo. Dejar de nadar significaba dejar de ser yo, significaba ser nadie. En ese entonces no tenía el valor de tomar una decisión así. Realmente sentía que nadar era aquello que me hacía sentir especial, aquello que me daba valor, las competencias eran uno de los pocos momentos donde se juntaban mis ambos padres para verme, incluso iban mis abuelos y otros familiares. La verdad no tenía nada parecido, nada con lo cual reemplazar a la natación y al deporte en general. No conocía una forma diferente de vivir.
Segundo, retirarme en ese momento, cuando estaba todo mal, significaba rendirme, significaba aceptar que todo lo conseguido no fue por mérito propio, significaba cargar por el resto de mi vida el peso de haber hecho trampa, de haber sido un impostor. Me reusaba a aceptarlo.
Sentía que mostrar públicamente mi fracaso era la penitencia que merecía, la forma con la cual borrar todo aquello “bueno” que alguna vez había hecho.
Tercero, había invertido mucho. Aunque eso no me importaba tanto, lo que me importaba más era que mis padres habían invertido mucho, mucho tiempo y mucho dinero. Mi madre era la que me llevaba a entrenar en las mañanas y me llevaba luego al colegio, me llevaba mi almuerzo al club y me recogía por la noche. Mis padres nunca me dieron propina ni acostumbraban darme regalos, pero cuando se trataba de la natación nunca me faltaron lentes, gorros, ropas de baño, aletas, entre otras cosas. No tenía el coraje de decirles que no quería nadar más, que el tiempo y el dinero que invirtieron en mí fue por gusto. Quería darles alguna alegría, brindarles algo que justifique todo aquello que estaba pasando. Simplemente no sabía cómo.
Porque entrenaba bastante, era muy disciplinado. Simplemente que las cosas no me salían bien, tal vez sí era cierto que necesitaba la hormona del crecimiento para tener un buen desempeño deportivo o tal vez era más la parte psicológica la que estaba jugando en mi contra. Yo continuaba entrenando de forma constante y ponía todo mi esfuerzo y energía en que las cosas salieran bien. Pero los resultados no reflejaban eso.
Fin de una etapa
Pasé años de mi vida intentando volverme un gran nadador sin necesidad de usar hormona del crecimiento. En el camino descubrí que podía hacer otras cosas relativamente bien. Por ejemplo, descubrí que no era tan mal estudiante como pensaba y muchas cosas me salían naturalmente bien, aunque no les dedicaba mucho tiempo.
Estaba obsesionado con la natación, pero con una mentalidad muy negativa. Las cosas no cambiaron incluso luego de ingresar a la universidad. La verdad no me iba mal en los cursos, a pesar de que estudiaba relativamente poco. Entonces, en lugar de darle más tiempo a los estudios, algo en lo que tenía el potencial de ser realmente bueno, le daba más tiempo al deporte, porque representaba para mí algo que no podía hacer bien, algo en lo que no estaba a la altura de mis expectativas.
Simplemente quería demostrarme que podía lograrlo, nada más. Con eso era suficiente para poder retirarme sin sentir que me había rendido.
Más esfuerzo
Resulta que durante mis dos primeros años de universidad (2017 y 2018) ocurrieron varias cosas: llegaron al club unos entrenadores de Brasil bastante buenos, mi hermano alcanzó un nivel competitivo muy alto en natación, maduré un poco psicológicamente.
Entonces, estos dos años fueron especiales y pude entrenar de forma diferente. Descubrí que podía entrenar mucho más, que no había alcanzado el límite de las cosas que podía hacer, que no necesitaba renegar y llorar, sino poner más esfuerzo y mirar al frente sin mirar atrás. Hice cosas que no sabía que eran posibles, como pasar mis vacaciones entrenando triple horario de lunes a sábado, nadando más de 15 km cada día, yendo al gimnasio todos los días, haciendo cosas que jamás me había atrevido a hacer.
Producto de todo ese entrenamiento pude alcanzar un nivel con el que me sentía realmente satisfecho. No me sentía conforme (nunca me siento conforme), pero estaba satisfecho.
Alivio
Es así que por fin me sentí libre, sentía que había alcanzado ese nivel por mí mismo, que realmente merecía aquello que había logrado. Después de mucho tiempo (más de 5 años) por fin me había quitado un gran peso de encima.
Eso, sumado a algunas conversaciones que tuve con mi hermano (persona que fue fundamental en este proceso, historia para otra ocasión), hizo que pudiera retirarme de la natación sin sentir que me había rendido. Pude retirarme tranquilo.
Mirando atrás
Ahora, cuando miro hacia atrás veo las cosas con una perspectiva diferente. Por ejemplo, siento que pensar que no merecía las cosas me impidió disfrutar de algunos buenos momentos, como cuando llevé la antorcha olímpica del colegio o cuando recibí algunos premios por mis logros deportivos.
También, haber pasado por todas esas cosas formó, en gran medida, la forma en la cual veo el deporte. Creo que lo que uno mismo sienta y el poder superarse a sí mismo vale mucho más que las medallas, trofeos u otros premios que uno pueda llegar a conseguir.
Otro tema que considero importante es el de retirarse a tiempo. Creo que muchas veces se idealiza mucho el no rendirse nunca; sin embargo, esto no es absoluto. “Rendirse”, retirarse, renunciar, dejar de hacer algo o como se quiera llamarlo puede ser la decisión correcta en algunas situaciones. En otro post se presenta un algoritmo para renunciar, esto puede ser útil para tomar algunas decisiones.
Finalmente, aunque parezca que hubiera hecho todo diferente, en realidad haría casi todo igual, no me arrepiento de nada. Las cosas por las que pasé mi hicieron quien soy ahora. Si no hubiese sido tan pequeño tal vez no me hubieran pegando en el colegio. Entonces, mis padres no me hubieran inscrito en clases de Taekwondo y no hubiera ganado muchas medallas en ese deporte, por lo que no hubiera recibido la invitación del entrenador de Taekwondo del Club Internacional a formar parte del club. Entonces, no formaría parte del club y no hubiera dedicado gran parte de mi vida a practicar natación, por lo que la historia contada no existiría.
No es una exageración afirmar que mi estatura es parte de lo que soy y que sería alguien muy distinto si hubiera sido más alto.
¿Y creciste?
Y casi que me olvido de mencionar si la hormona del crecimiento cumplió su objetivo o no. Y la verdad es que no incluirlo en este escrito podría considerarse incluso natural, ya que durante mi vida fue algo que llegó a estar en segundo plano. Las consecuencias del uso de la hormona del crecimiento fueron más allá de su impacto en mi crecimiento lineal, más allá de los efectos adversos de la medicación. Formaron parte de mi crecimiento y desarrollo como persona, formaron parte de mi historia.
Pues sí, la verdad es que si cumplió su objetivo, finalmente alcancé la altura de mi papá, incluso soy un poco más alto. No soy alguien alto, en realidad tengo una estatura inferior al promedio, pero está dentro del rango normal de acuerdo a las tallas de mis padres, algo que no hubiera sucedido si no recibía tratamiento.
Justicia
Durante gran parte de mi vida me pareció injusto que me haya tocado ser tan pequeño. Luego me pareció injusto haber tenido la oportunidad de recibir tratamiento, ya que muchas personas en una situación similar a la mía no tienen esa misma oportunidad. Jugué muchas veces a ser el justiciero, a renegar por las desventajas “injustas” y a sentirme mal por las ventajas u oportunidades “injustas” que me tocaron.
Me quedo con lo siguiente:
Hay cosas que pueden cambiarse, otras cosas que no. En el juego de la vida se juega con las fichas que uno tiene.